Política
Uso y abuso de la palabra “cambio” | AlMomento.net

El autor es educador. Reside en Orlando, Florida
Por Hugo Gil
La palabra cambio es uno de los vocablos que más venden, que más conectan con la gente. La razón es muy sencilla: el cambio es un proceso natural, muy ligado a todos los aspectos de la vida. Incluso, las personas de mentalidad más recalcitrantes no suelen presentar mucha resistencia a los cambios, a menos que no vean afectados sus intereses de manera muy directa.
Cuando alguien quiere atraer la atención de los demás, la estrategia de ofrecer un cambio como alternativa nunca falla.
Por eso vemos cómo las instituciones comerciales, por ejemplo, después de ciertos ciclos de temporadas, se esmeran en presentar una faceta diferente de sus productos, ya que por experiencia han comprobado que los clientes se motivan más a adquirir sus mercancías cuando creen que se trata de algo innovador o diferente.
Los diseñadores de modas son el ejemplo más evidente en este sentido. El uso de las estaciones del año es clave para impulsar las personas a deshacerse de sus ropas de la temporada anterior y adquirir nuevos artículos que aparenten estar más actualizados.
Los políticos, sin importar su orientación ideológica, también usan la estrategia del cambio como un arma política muy efectiva para influenciar la preferencial electoral de los participantes. En cada período electoral no faltarán candidatos que se monten en la táctica y estrategia del cambio. Ellos ofrecerán esta opción como manera de convencer al electorado de que son la mejor alternativa frente al candidato del partido gobernante.
No existe nada malo en usar estas técnicas de atracción de masas para dirigir la población hacia un punto de preferencia al momento de elegir. Sabemos que las personas son susceptibles de ser manipuladas y dirigidas hacia una determinada preferencia. El uso de los medios de comunicación y las campañas propagandísticas han mostrado ser extremadamente efectivos en este sentido.
Lo malo, desde mi punto de vista, está en usar el término en un sentido demagógico, es decir, aprovechando el poder atractivo de la palabra cambio, sabiendo a conciencia que no se hará ningún cambio significativo.
Para ser tomada como algo genuino y serio y no como una simple demagogia, toda propuesta de cambio debe cumplir con una serie de requisitos. Lo primero es que el candidato que propone el cambio debe partir de un reconocimiento de los elementos positivos existentes. No debe limitarse a criticarlo todo sin reconocer lo poco o mucho de bueno que esté haciendo el gobernante de turno.
En segundo lugar, debe convencer a los electores de que continuará las cosas buenas que se han estado haciendo hasta el momento y que trabajará para superar las deficiencias dejadas por el gobernante anterior.
Si el nuevo candidato tiene como interés primordial el bienestar del pueblo, no se precipitará en cambiar aquellos funcionarios que han mostrado alto nivel de eficiencia y honestidad en el ejercicio de sus funciones, sin importar que hayan servido bajo otro gobierno.
Concomitantemente debe mostrar una disposición de terminar las obras de la anterior magistratura que no pudieron ser concluidas.
Si el nuevo candidato gerente del cambio ha tenido anteriormente la oportunidad de ser gobernante tiene que hacer un autoanálisis de su gestión anterior y reconocer las fallas de esa gestión y proponer las maneras de evitar que estas fallas sean repetidas en su nuevo mandato.
El amado lector pensará que lo que aquí estamos planteando es una gran ilusión o fantasía. Probablemente tenga razón. La política a través de la historia ha demostrado ser una actividad para personas deshonestas, salvo raras excepciones.
Como decía un amigo “con la boca es un mamey”. El político que quiera proponer cambios debe demostrar la honestidad y la autenticidad que el cambio requiere, no simplemente prometer cosas diferentes que no va a cumplir.
jpm-am